
Se sentía un coleccionista.
Se preciaba de ello, mencionándolo apenas podía y presentando un cuadro de víctima lastimera que provocaba estupefacción, indignación y no pocas veces verdadera adhesión manifiesta.
Coleccionaba agravios.
Empezó por recoger los que le parecieron importantes y por qué no decirlo, “más agraviantes”; llegó a tener un cuaderno de tapas duras, donde pegaba los recortes de diarios y revistas que sobre el tema encontraba. Amplió luego su colección, guardando en su computadora entrevistas y noticias varias acerca de su pasión, que aparecían en Internet o la radio. Eran agravios locales por supuesto, pues el mundo de su interés era inabarcable si se tenía en cuenta el tema a nivel planeta…
Seleccionaba los que le parecían adecuados y se los apropiaba, con un sentimiento de víctima inenarrable, para después usarlos y darse importancia. “Todo el mundo me odia. Miren lo que dicen de mí…”, iba deslizando y aderezaba sus circunstanciales conversaciones con ejemplos, quejándose y declarando “estar por encima de todo y perdonar siempre” …
Pero llegó un momento en que nadie le hacía caso y empezaron a odiarlo de veras, porque su papel de víctima llorosa y perdonadora, hastió.
Su colección fue a parar a varias cajas, guardadas en una habitación llena de trastos viejos e inservibles.
Imagen: https://fielesalaverdad.org